martes, 2 de septiembre de 2014

NEB-JEPERU-RA- D. A. VASQUEZ RIVERO



NEB-JEPERU-RA


I
VANITAS


¿Torcido sueño? ¿Espejismo?
Los cuatro muros que habito
se expanden hasta el abismo
supremo del infinito.

Las lámparas se derriten
en una espesa jalea.
Los libros en el armario
 me obligan a que los lea.

¡Señor! ¿Qué me está pasando?
¿Tan fuerte es el opio rosa?
Me siento vapor liviano,
me elevo sobre las cosas.

Inflado, voy rebotando 
sinuoso en la trayectoria
hasta que al fin me revienta
la llama de palmatoria.

Me achato. Caigo en un valle.
El gran desierto es la escena.
Camino por cierta senda
de ardientes, blancas arenas.

A cada lado se elevan
en fila enormes palmeras
y pareciera su fronda
hundirse al fondo en laderas.

Me freno, alguien me empuja.
Lo quiero ver, no me deja.
Pretendo irme ¡No puedo!
Así que sigo, sin quejas.

Perdida, bajo ondulada
ceniza de dinastías,
encuentro la entrada a un reino
que en otro tiempo existía.

Abierta la puerta, piso
un mar de ratas y cráneos.
La oscura fuerza me lleva 
al corazón subterráneo.

¡Colmado está el hipogeo
de espléndidas maravillas:
cuchillos y bumeranes,
carruajes reales, sillas!

Y ciento treinta bastones
y taparrabos de lino.
 En un costado ordenadas,
esbeltas jarras de vino.

Me sigue empujando el guía
que me acompaña y no veo.
Él dice: "Mira a tu izquierda."
Lo hago y... ¡No me lo creo!

Bañado en oro portando
el nemes de cobra y buitre
un féretro guarda al joven
varón de cuerpo salitre.

Sobre su pecho, trazada
distingo la crux ansata.
¿Un sol y un escarabajo?
¡De Tutankamón se trata!

Debajo del áureo cuerpo
que apresa fusta y cayado
descansa un capullo hueco 
más pálido, descarnado.

¿Será que su Ka retiene
por dentro aún palpitando?
¿Y si despierta o se mueve, 
o si me ve profanando?

Tal vez lo ha llevado Anubis
a responder por sus vicios
ante la pluma de Osiris
en la balanza del juicio.

De todos modos, se encuentra
provisto por los mortales
de mágicos elementos
que compensarán sus males.

En el vendaje que bajo
sarcófago lo amortaja
se engarzan los amuletos,
las inscripciones y alhajas.

Hay cuatrocientos ushebtis
dispuestos a hincar la azada,
a trabajar por su dueño
si falta le es imputada.

Pero... ¿Quién es la desnuda
mujer que deja las sombras?
Como una virgen, me quiebra,
como una fiera, me asombra.

II
RITO

Se acerca al momificado
flotando sobre alacranes
y alrededor de la tumba
coloca unos talismanes.

Es evidente su angustia,
mirarla me da tristeza:
Desconsolada lo llora,
enardecida lo besa.

Se enjuga su amargo llanto,
retrocediendo de nuevo
hasta unos vasos canopos
que yacen igual que huevos.

Con calma ceremoniosa,
vacía los recipientes
y lleva al vientre del muerto
las vísceras pestilentes.

Alzando al cielo las manos
recita salmos antiguos.
Quiero escapar  y quedarme
-mi sentimiento es ambiguo-.

La estática de ultratumba
comienza a ganar potencia.
Del suelo brota la niebla;
del techo, cierta presencia.

Prestando atención diviso,
cayendo como en racimos,
tarántulas y gusanos
que a describir no me animo.

La hermosa mujer se agacha
y ordena con ademanes
que el féretro por completo
recubran sus alacranes.

Del techo las alimañas
también su dádiva entregan
y un jugo fosforescente
sobre la momia segregan.

La arena de todo el sitio
se vuelva roja, viscosa.
¡Es sangre que se destila
por entre nichos y losas!

El féretro está temblando
movido con las palabras
de la mujer que en su trance
realiza danzas macabras.

Me enervan el aire tenso,
los cánticos y gemidos.
Tambores y panderetas
repican en mis oídos.

Sin previo aviso, me ciega
un disco de luz radiante,
de cuya fuente desciende
el alma de un gobernante.

La fémina va y lo invita
a entrar en el descarnado.
No pasan ni dos segundos...
¡El rey ha resucitado!

Se para junto a su amada
que lo recibe sonriente.
La toma por la cintura,
la besa fervientemente.

¿Qué tiene el rey en la mano?
No logro ver. Estoy lejos.
Me muevo un poco más cerca,
mi previo escondite dejo.

Ya estoy llegando, ya llego,
Lo puedo ver si me elevo.
¿Acaso tiene una daga?
¡Oh, no! ¡Me empujan de nuevo!

La oscura fuerza me arroja
a pasos del matrimonio.
 Me miran idiotizados
sus vástagos y demonios.

III
FINAL

El faraón enloquece
con un puñal me señala.
Ordena que, de inmediato,
mi sangre riegue la sala.

Me paro de un salto y corro
gritando desesperado.
Me siguen miles de arañas
y escarabajos dorados.

¡Que laberinto más grande!
¿Por dónde tomo el camino?
¡No puede ser que esto pase!
¡La muerte no es mi destino!

Elijo. Sigo corriendo
mi esfuerzo pide pulmones.
Detrás de mí serpentea
el piélago de escorpiones.

Un pozo ciego delante
cercena mis esperanzas.
Volver resulta imposible,
el poco aliento no alcanza.

¿Qué hago? ¿Salto o no salto?
 Son muchos... ¡Son demasiados!
No tengo escape, me tienen
rodeado por todos lados.

Al trote vienen las ratas.
El pozo hierve en pirañas.
Tejiendo trampas de tela
y en formación veo arañas.

Un escorpión toma impulso,
saltando clava su anzuelo.
Me paralizo, tropiezo
y me retuerzo en el suelo.

¡Ay! ¡Cómo duele, Dios mío!
Mi savia ya coagulada.
¡Me están cortando por dentro
con hojas desafiladas!

¡Malditas, vengan ahora,
soy un manjar suculento!
¡Acaben con las cuchillas
que causan mi sufrimiento!

Me invaden los estertores,
el mundo es un manto negro.
Soy vaporoso, liviano,
volando me desintegro.

Despierto. Miro mi cuerpo.
Tendido estoy en la silla.
En humo y brasa de pipa,
se mueren las pesadillas.