lunes, 12 de octubre de 2015

PALINGENESIA- D. A. VASQUEZ RIVERO.





PALINGENESIA
- Por D. A. Vasquez Rivero.


PARTE PRIMERA
"Sobre el castigo infligido a unos amantes peculiares."

Zaeta envenenada con lujuria,
va Lélape tronchando matorrales
y atrae mil esencias naturales
su hocico (catavientos infalible).
Va en busca del motín apetecible,
de aquella que abrevando en una alberca
presiente esa ansiedad del alma terca
e izando su mirada hacia la oscura
maleza ve en seguida la osatura
del perro que acechando se le acerca.

Ostenta él estigmas en la testa
(terribles cicatrices como ganchos)
y ella, de cortarse con garranchos,
dos marcas en la pata delantera.
Él viste pelo verde, ella entera
es parda con manchones nacarados
y mientras él aguarda camuflado
se cuida ella de mostrarse atenta.
¿No entiende él, ignora a quién se enfrenta?
¿Desdeña o desconoce su pasado?

La presa no es cualquiera, no, mi amado
lector de legendarias moralejas.
Se trata de Teumesia, cuya oreja
distingue la presencia amenazante
del hábil predador milenios antes
que logre darle pábulo a su antojo.
No bien escucha el quiebre de un abrojo
o el mínimo gemir de alguna rama...
¡Se escapa chamuscando tierra y grama
tan lejos que no alcanza a ver el ojo!

Cautivos de emoción persecutoria
comienzan a latir dos corazones.
Pasión y adrenalina a borbotones
exudan al correr los animales,
abriéndose camino por trigales,
subiendo al frío inhóspito de heleros,
cruzando lodazales y veneros
y en vano fatigando los desiertos
que mueren como páramos inciertos,
ocultos a la luz del mundo entero.

Testigo de este juego interminable
el mismo dios del trueno se impacienta.
Apoltronado en cómodas tormentas
que alumbran hasta el lecho de los mares
cavila (realizando malabares
con nueve o diez gaviotas) la manera
de darle fin a tan horrenda espera
y tras considerarlo, por su boca,
dispara un maleficio y vuelve rocas
a aquellos dos amantes en carrera.

No obstante, cierta pena traicionera
rubrica duramente su semblante
(sutil remordimiento penetrante
golpea y debilita su cordura).
¿Acaso una recóndita amargura
nacida de anteriores conversiones
provoca que su vista se emocione
y llegue a esmerilarse con el manto
sagrado, melancólico del llanto
que cae devorando a las naciones?

Pues quedan bajo el agua del diluvio:
el corro de una tribu milenaria,
la sangre de su guerra innecesaria,
el puño sin piedad del gobernante,
la errónea predicción del quiromante,
el premio de la pútrida avaricia,
la falsa lealtad y su caricia,
lo fútil del honor y el apellido
y todos los pecados conocidos
ahogados en acuática justicia.



PARTE SEGUNDA
"Sobre cómo un hombre se vuelve símbolo de esperanza ante semejante tragedia."


Al tiempo que remiten las mareas,
saciadas con humanos por tributo;
teñido el velamén de negro luto
navega a toda marcha una galera.
De Prometeo el hijo la lidera
virando gobernalle al noroeste.
(Bien sabe que en la bóveda celeste
logró quedar en pie esa noble tierra
famosa por su oráculo que encierra
lo ignoto de las dádivas y pestes).

Despuntan las calendas de noviembre
y no sin privaciones acuciantes
fondea Deucalión a su gigante
navío sobre mustia costanera.
Tritones que descansan a la vera
del mar en vigilancia permanente
le ruegan: ¡Continúa hasta la fuente
rodeada por olivos y laureles.
Consigue que la pitia te revele
la forma y resucita nuestra gente!

Deseando concretar tamaña empresa,
surtido con lo justo y necesario,
prosigue el héroe rumbo al legendario
Parnaso (que descolla en horizonte).
Y así, como un audaz Belerofonte,
cabalga sobre vértigos crecientes,
pasando de prehistóricas pendientes
a escarpas, a mortales precipicios
y de éstos a un camino más propicio
del monte para entrar a sus vertientes.

Más tarde, sin embargo, se detiene
delante de una cueva arboriforme
a cuya fauce cuidan trece enormes
antorchas que iluminan sus entrañas.
Adentro, la figura más extraña
procura aproximarse presurosa
(en parte criatura, parte diosa)
preséntase Pitón, brutal serpiente,
jactándose del don clarividente
y al punto revelándole estas cosas:



PARTE TERCERA
"Sobre una decisión.”


- Escucha, fiel heraldo de tu raza.
¡Yo soy la verdadera Pitonisa!
Mi ofensa perdonaron Artemisa
y Apolo (desdeñando su venganza).
Ahora, con motivo de alabanza
y eterna gratitud, he decidido
sumirme en esta gruta del olvido
dejando que confluyan a mi mente
olímpicos mensajes que la gente
reclama tras haberme conocido.

Por eso te pregunto: ¿Qué secreto
anhelas al pasar por mi guarida?
Acércate, busquemos en seguida
propósito a mi historia y a la tuya.
- Quisiera que un encanto restituya
el cuerpo y el espíritu presente
en todas las personas inocentes
llevadas sin aviso al inframundo
- responde Deucalión con un profundo
fervor y le replican lo siguiente:

- ¿Qué vientre maternal te dio la vida?
¿Qué célico soplido, el intelecto?
¿Será que los humanos, por tu afecto,
merecen elevarse desde el Hades?
Después del muladar de iniquidades
merced al cual se vieron condenados,
difícil es que sean perdonados
sin antes arrancar de sus gargantas
el mismo sufrimiento que hoy espanta
mis ojos con un mundo despoblado.

- No creas, Pitonisa, que pretendo
salvar de los ignívomos abismos
a aquellos cuyo fiero despotismo
sembró lujuria, vicio, sed y muerte.
¡No corran ni los buitres con la suerte
de disputar su fétida carroña!
Sugiero ver la cura en la ponzoña
y darle nuevo aliento a quienes fueron
amantes hasta el fin y no vivieron,
(probando así que el bien siempre retoña).

- Tu sabia sugerencia me conmueve,
tu juicio me parece muy sensato…
¡Hagamos el milagro de inmediato!
Comienza por tomar aquella piedra.
- ¿Cuál? ¿Ésta? – Esa, quítale la hiedra,
preciso es que su forma limpia quede.
- ¿Así está bien? – ¡Perfecto! Ve si puedes
cegarte con el paño del turbante
que llevas pues, de ahora en adelante,
tan solo escucharás lo que sucede.




PARTE CUARTA
“Sobre los caprichos alquímicos de la naturaleza.”

Entonces Deucalión accede a hacerlo,
se cubre el rostro mientras la serpiente
reptando se desplaza lentamente
al fondo del palacio de calcitas.
Y allí do banderolas y helictitas
decoran un recinto preparado,
Apolo finalmente es invocado
mediante luz votiva y oblaciones,
dictando por Pitón revelaciones
que escucha nuestro héroe engatusado.

- ¡El polvo es la materia primigenia
del hombre, de la bestia, del cultivo;
por tanto, ¿puede haber algún motivo
que impida al mismo SER cuanto le plazca?!
Si dices: "Piedra, de tu polvo nazca
robusto corazón, labio discreto,
cerebro dócil, venas, esqueleto,
vital aliento o rítmico latido."
¿No hará a tu voluntad lo requerido
mutándose en orgánico sujeto?

Parece inverosímil, mas no tuerzo
mi lengua en artificios ni teorías,
si sigues mis palabras este día
naciones brotarán de los escombros.
- ¿Qué debo hacer? – Arroja sobre el hombro
tu limpio pedernal, hueso de Gea,
y tras de ti hallarás lo que deseas:
varón, mujer o grácil criatura,
dejando su asfixiante sepultura
en pos del aire gris que nos rodea.

“¡Así lo haré!”- Retumba, trona un grito
y su eco resquebraja las paredes
del dombo natural donde sucede
aquel prodigio previo pregonado:
El duro pedernal es arrojado,
cayendo y rebotando varias veces;
se encoge, se alabea, se estremece,
se para, salta, cae, se fragmenta
y sorpresivamente experimenta
una transformación que lo enternece.

¡Un hombre! ¡Ya respira! ¡Ya se mueve!
Un ser antropomórfico dispuesto
a irse de la cueva, lleva abiertos
los párpados plagados de lagañas.
Y sobre sus larguísimas pestañas,
encima de las cejas, claramente,
enseña siete estigmas en la frente
idénticos a aquellos que llevara
el perro cuya caza se frustrara
por no medir la astucia en su oponente…



PARTE FINAL
“Sobre el inesperado modo en que concluye esta historia.”


     ¡Es Lélape! No busca la salida,
sino al lapídeo amor, la que antes fuera
su más preciada presa en las praderas,
los montes, los heleros y desiertos.
-  ¿En dónde está? - pregunta el “antes-muerto”
a la serpiente y ésta le contesta:
-  Si buscas a Teumesia solo presta
tu olfato al acre olor de mi caverna,
pues aunque afuera es piedra adentro es tierna
y emana aroma su alma, a VIDA apesta.

El perro vuelto un hombre se prosterna,
arrima rostro a tierra con recelo,
acerca su nariz a ras del suelo
y olisca musgo, barro, sal, incienso;
percibe el rastro débil, luego intenso
del delicioso cuero transpirado
bañado por esencias, perfumado
con jara, nerolí, carbón y albahaca.
¡No hay dudas que entre todas se destaca
la piedra de manchones nacarados!

-         Es ésta - ¿Convencido? – Por supuesto.
-         Tu turno, Deucalión, obra el milagro…
-         ¡Despierta noble zorra, yo consagro
el cascarón a Gea, quedas libre!
¡Desúncete del yugo y haz que vibre
tu espíritu animal en sangre humana!
La piedra se cuartea, se desgrana,
se quiebra cual crisálida al instante
y surge de su seno la infartante
mujer, envuelto el sexo en finas lianas.

Ya presa y predador se reconocen,
contemplan asombrados sus figuras:
¿Cabello? ¿Piel lampiña? ¿La soltura
 de un bípedo al andar y comportarse?
¡Añoran estar juntos! ¡Corretearse!
Y puesto que sus ganas son bestiales
se escapan a los valles ancestrales,
su idilio repitiendo por centurias:
 “Zaeta envenenada con lujuria,
 va Lélape tronchando matorrales…”