domingo, 23 de marzo de 2014

TRANSMUTACIÓN- D. A. VASQUEZ RIVERO.


TRANSMUTACIÓN

Fui Tánatos una vez.
Mi antorcha de negra lumbre
me guiaba al nefasto hombre
por Átropos designado.
Para llevarlo al Leteo,
a las invertidas cumbres.
Con un beso de cicuta,
como era la mía costumbre,
 quedaba en el mismo instante
su cuerpo petrificado.

Fui Tántalo, sí, también.
En una agradable cena
probé el amor de los dioses,
las uvas y albaricoques.
Mas divulgué sus arcanos
y recibí mi condena:
Que cuando el hambre apuñale,
en movedizas arenas,
¡Tan cerca el fruto y su copa,
hundido, jamás los toque!

Entonces fui Midas, rey.
Cileno fue mi invitado.
En pantagruélicas mesas
bebimos hasta el cansancio.
Dioniso, que era su hijo,
por ese favor prestado:
“Será de oro...” -me dijo-
 “... aquello cuanto has rozado.”
Pero entendí que tal lujo
sabíame seco y rancio.

¡Y tú, divina Gorgona,
cabello nido de cobras!
Un mesmerismo de escamas,
pupilas como el citrino.
Te me apareciste un día
con tu caudal de maniobras,
a conquistarme la vida,
a desterrar mi zozobra
y transformarme en el hombre
que al fin designó Destino.

Pues no era el toque de muerte,
tampoco el saber prohibido.
 Ni era el metal de alquimia
lo que en mi interior deseaba.
Era una simple caricia
de novia en el pecho herido.
Por eso soy Pigmalión,
un beso te ha revivido.
¡Despierta mi Galatea,
tú eres lo que buscaba!


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